Los mejores procesos también crean productos mediocres

Tener un proceso sirve para saber cuándo hay que romperlo. De hecho, los términos proceso y diseño suenan casi antagónicos. ¿Se puede procesar la creatividad? ¿Existe una fórmula pautada y reglamentada para diseñar productos? Estas son algunas de las preguntas que nos hacíamos cuándo tratábamos de describir cuál es el proceso que seguimos en Reboot para diseñar productos.

Cuando se trabaja con clientes siempre se tiende a sistematizarlo todo, no sólo como una forma de reducir la incertidumbre del proceso, sino muchas veces para vender el método. Ese sistema único que permite convertir en oro todo lo que se toca. El método filosofal. Los alquimistas de la era digital.

Nosotros tenemos una visión algo particular sobre los procesos, especialmente aquellos aplicados al diseño de producto. Tal vez sea porque nuestro ADN es de product maker al venir de crear nuestros propios productos para usuarios y clientes, la palabra proceso se nos antoja demasiado rígida y, en muchos casos, inútil.

El resultado por delante del proceso

Muchas empresas se centran en vender el proceso y se olvidan del resultado. El proceso no tiene ningún sentido si el output que generamos es mediocre. Un proceso impecable puede dar como resultados productos mal diseñados. Y también sucede al contrario: del caos y la anarquía pueden surgir productos increíbles.

De hecho, aquí va seguramente una opinión impopular: ningún producto realmente rompedor ha surgido de seguir procesos "académicos". A muchas empresas les aterraría tener esta conversación con sus clientes, pues nunca podrán reconocer que la creación y diseño de buenos productos tiene ese componente de aleatoriedad y talento individual que no se puede embotellar ni fabricar en cadena.

Cuando diseñamos productos todo lo que importa es el resultado. A nadie le importa el proceso. A nadie le importan los wireframes de baja resolución, de alta resolución, la arquitectura de la información o los diagramas de flujos. Por desgracia, nada de esto garantiza al resultado final, pues cuando pasamos del wireframe al diseño de alta fidelidad hay un salto al vacío donde sólo importa el talento del equipo involucrado.

Y entonces, ¿tenemos proceso de diseño?

Como comentaba al inicio del artículo, tener un proceso te sirve para saber cuándo hay que romperlo. Si nos preguntan, por supuesto que tenemos un proceso de diseño. No tiene nada de especial, es el clásico proceso que la mayoría de agencias y Estudios utilizan en mayor o menor medida:

  • Sketching
  • Arquitectura de contenido
  • Flujos
  • Wireframing
  • Moodboard
  • Diseño visual
  • La diferencia es saber cuándo hay que romperlo. Tener un proceso sirve para aportar algo de certidumbre al caos que supone crear un producto y ofrecer previsibilidad al cliente de los eventos que sucederán. Sin embargo, no todos los proyectos necesitan pasar por el proceso de la misma manera, en ocasiones, ni siquiera es necesario que lo hagan.

    Cuando sentimos que tenemos la suficiente información o concreción sobre el producto, no tenemos ningún problema en saltar directamente a la fase de Moodboard o diseño visual. Si el proceso no va a impactar de forma positiva en el resultado final, no tiene ningún sentido dilatar el tiempo que tardamos en lanzarlo al mercado y ponerlo en manos de los clientes/usuarios. Ahí es donde comienza el proceso de verdad.

    Cuando realizamos proyectos sencillos en el Estudio -landing page, webs corporativas- muchas veces saltamos directamente a la fase visual una vez que hemos entendido lo que busca el cliente. Nos hemos dado cuenta que en muchas ocasiones las conversaciones son más ricas y fructuosas sobre el diseño de alta fidelidad que sobre wireframes.

    Sin embargo, también queremos romper una lanzar a favor de tener un proceso maduro y estructurado, pues a mayor complejidad del proyecto, más importante es tener un proceso cuyo objetivo es pasar de la incertidumbre a lo concreto. Aunque en ocasiones es más importante saber concretar una primera versión del producto con las funcionalidades core, que no tener que destilar decenas de funcionalidades complejas a través de un proceso para dar como resultado un producto colosal en esfuerzo y coste.

    Un proceso a disposición del resultado

    Nosotros creemos en los procesos que están a disposición del resultado. Nunca al revés. Cada etapa del proceso tiene que servir para incrementar el valor del resultado final y, si sentimos que su aportación va a ser intranscendente, es una buena señal para saltarnos esa fase y pasar a la siguiente.

    De nuevo, admitimos que nuestra visión puede estar algo sesgada debido a nuestros orígenes. Por ejemplo, en Cravy fuimos capaces de crear una aplicación de pedir comida para llevar en tiempo real trabajando directamente sobre diseño de alta fidelidad e iterando sobre este.

    Todo se trata del contexto. ¿Tiene sentido para una startup de 2 personas crear un proceso de diseño rígido? Probablemente no. Como puede que tampoco tenga sentido tener esa rigidez cuando se está desarrollando un primer MVP donde lo que importa por encima de cualquier proceso es la velocidad para lanzarlo al mercado.

    Ahora bien, si al otro lado de la mesa nos encontramos con una corporate, varios stakeholders y una cadena de mandos rígida, seguramente sí tenga sentido establecer un proceso que hable el mismo idioma al que están acostumbrados nuestros interlocutores. Todo es cuestión de contexto.

    En definitiva, con o sin proceso lo importante siempre será el valor que entregamos al cliente en forma de producto. La forma en cómo hemos llegado a él puede variar, desde el proceso más estricto y académico en todos los sentidos, al caos y la anarquía más absoluta.